jueves, 29 de noviembre de 2007

Un héroe para los demás




Se levantó como todas las mañanas, con mucho sueño. Encaró derecho al baño, abrió la canilla de agua caliente y, una vez que pudo ver salir el vapor del agua se metió a la ducha. Salió temblando de frío debido a que, como método para despabilarse solía terminar su ducha con agua completamente helada. Miró el reloj despertador y se dio cuenta que estaba llegando tarde al trabajo así que se secó rápido, agarró su mochila, el taper con la comida que le sobró de la cena y partió para la oficina.
Por la suerte de haber encontrado el subte ni bien bajó la escalera pudo llegar a tiempo al trabajo, en donde comenzó su rutina laboral. Llevar y traer papeles por la ciudad. Los fideos con salsa que llevó en el taper, quedaron las ocho horas laborales en la heladera de la oficina. Cuando salió, y luego de auto-convencerse que no tenía hambre, se los dio a unos chicos que vivían en la plaza cercana al trabajo.
Después de haber jugado con ellos y de haber esperado que terminasen de comer, Jesús, porque así se llamaba él, fue al comedor comunitario donde voluntariamente ayudaba a darle un plato de comida a aquellas personas que lo necesitasen. Ahí no tenía una tarea fija, un día preparaba la comida, otro día ponía la mesa y otro lavaba los cubiertos. Todas estas tareas llevaban su tiempo, lo más común era que a las doce de la noche se fuera del lugar para llegar a la una de la madrugada a su habitación en el barrio de Villa del parque.
Pero ese día fue muy pesado para él ya que faltó una chica que siempre lo ayudaba, así que Jesús partió para su casa, luego de lavar los platos, a eso de la una de la mañana. Mientras viajaba en el colectivo recordó cuando iba a la facultad, de aquel día en que se puso a discutir con sus amigos sobre los temas que aprendían ahí, sobre la desigualdad social, la injusticia y la pobreza. Él entendía, y esta fue la causa que lo llevó a abandonar sus estudios, que la facultad enseñaba muchas cosas sobre los grandes problemas sociales, pero no te decían que hacer al respecto. Ésta excusa lo llevó a pelearse varias veces con sus amigos ya que el entendía que había que hacer más y pensar menos.
A la mañana siguiente lo mismo que la mañana anterior, se bañó apurado, saludó al portero de la pensión y se fue corriendo a su trabajo. Mientras viajaba en el subte, Jesús recordó aquel día que le dijo al portero, mientras éste barría la calle, que iba a venir su madre de Rosario y que ella no sabía nada sobre su decisión de abandonar la facultad para dedicarse al trabajo social. Jesús le pidió, entonces, que lo ayudara a mantener esta mentira los días que su madre iba a estar de visita. El portero no solo lo ayudó a mantener la mentira, sino que también creó una serie de mentiras más que engrandecieron a Jesús y su relación con la facultad. Le contó sobre días en que su hijo no dormía por quedarse estudiando, de las buenas notas que se saca y de lo entusiasmado que se lo ve con el estudio. Debido a esta complicidad, a la partida de su madre, Jesús y el portero formaron una gran amistad. Tanto así que Jonás, como se llamaba el portero, lo rebautizó con el nombre de Robin, en honor al mítico héroe Robin Hood.
El trabajo siguió siendo llevar y traer papeles por la ciudad. El taper con la sobra de la cena del comedor comunitario siguió en la heladera de la oficina, cuando se dispuso a comerla recordó aquella frase de Gandhi que dice “todo lo que se come sin necesidad se roba al estómago de los pobres” y, otra vez decidió regalar su almuerzo a los chicos que viven en plaza de su oficina. Otra vez jugó con ellos y otra vez los esperó a que terminasen de comer para ir al comedor comunitario.
Como la noche anterior llegó tarde a la pensión, esta vez Jesús trató de hacer lo más rápido posible, en el comedor, para poder recuperar un poco del tiempo no dormido. No solo fue su habilidad, sino también la ausencia de mucha de la gente que ayer había ido, que pudo llegar temprano. Que con esto el lector no crea que Jesús hacía esta tarea de mala gana, no, él siempre tenía una sonrisa, aunque sea fingida, cada vez que llevaba el plato con la comida a las personas y siempre podía escuchar alguna de las historias que ellos le contaban, solo que hoy nadie quería contar historias, por suerte para Jesús.
En el colectivo se puso a recordar, como de costumbre, sobre su pasado. Esta vez se acordó de su ex novia. De cuando él le explicaba la necesidad de las personas y sin embargo ella buscaba cambiar de tema. Por su indiferencia ante estos hechos, que para él eran de gran importancia, fue por lo que la dejó. No podía el tan bondadoso estar saliendo con una persona tan insensible como demostraba ser su novia.
Sus recuerdos fueron interrumpidos por un chico que se subió al colectivo con una guitarra a pedir unas monedas a cambio de una canción. Mientras los pasajeros se preguntaban qué hacía alguien tocando la guitarra por plata a las once de la noche, Jesús se distendió y disfrutó de la música recordando cuando iba a sus clases de guitarra y cuando tocaba con sus amigos. Sin embargo ya no podía tocar más, puesto que hacía rato que tuvo que vender su guitarra por algún motivo que hoy ya no recordaba.
Bajó del colectivo tarareando aquella canción que el chico tocaba y que él también en algún tiempo había tocado. Caminó las cuadras que lo separaban de la pensión, en el camino le compró un poema a un hombre que basaba su subsistencia en estas ventas. Automáticamente colocó su poema en el bolsillo de su gastado jeans sin poder leerlo, debido a su cansancio. Llegó a la pensión, saludó con un abrazo a Jonás, quien lo estaba esperando en el umbral, “Que tengas una buena noche, Robin Hood" le dijo, buscando darle ánimo al cansado Jesús que entraba por la puerta.
A la mañana siguiente Jonás se puso a barrer la vereda de la pensión, mientras esperaba la salida de Jesús para poder saludarlo. Las siete se fueron y llegaron las ocho que dieron paso a las nueve de la mañana. Jonás, ya impaciente, subió las escaleras y golpeó en la habitación de Jesús, pero no hubo respuesta de adentro. Decidió aprovechar el duplicado de la llave de la habitación que todo buen portero tiene y abrió la puerta con cierta cautela de no asustar a su inquilino. Ya desde el umbral pudo ver el río de sangre y el cuerpo de Jesús recostado quieto en el baño.
Entró, cerró la puerta y atónito se acercó al cuerpo inerte de su héroe, entre las lágrimas que sus ojos no paraban de expulsar, pudo ver un papel en el suelo que, casi ni se había manchado con la sangre que por todo el baño había. Cuando terminó de leerlo el llanto se hizo más intenso y sollozando dijo: “mi hijo era perfecto, no pudo haberse suicidado. Esto tiene que ser un asesinato”. Agarró el cuchillo que estaba tirado en el piso, lo limpió y se lo puso en el bolsillo derecho y con la otra mano se llevó el papel que había encontrado al lado de Jesús.
El mismo día la policía y los detectives descartaron la idea de un suicidio al no encontrar ningún arma con la que haya podido matarse. Buscaron pistas que dijeran quién pudo haberlo asesinado, pero todas las personas respondían que Jesús era querido por todos, que era imposible creer que lo hayan matado, él no tenía ningún enemigo. La causa quedó caratulada como homicidio culposo y nunca pudieron hallar al asesino.
El día de su velorio Jonás recordó el momento en el que lo vio muerto frente al gran espejo del baño, sacó el papel manchado con su sangre y lo leyó:
“Sabía que nosotros significábamos poco en comparación con el universo, sabía que no éramos nada; pero el hecho de ser nada de una manera tan inconmensurable me parece, en cierto sentido, abrumador y a la vez alentador. Aquellos números, aquellas dimensiones más allá del alcance del pensamiento humano nos subyugan por completo. ¿Existe algo, sea lo que fuere, a lo que podemos aferrarnos? En medio de este caos de ilusiones en el que estamos sumergidos de cabeza, hay una sola cosa que se erige verdadera: el amor. Todo el resto es la nada, un vicio hueco. Nos asomamos al inmenso abismo negro. Y tenemos miedo.” Julian Green

Ese día él pronunció algunas palabras sobre el difunto. Habló de su dedicación por el prójimo, de como siempre pensaba más en los demás antes que en él, era capaz de dejar todo por alguien que necesitase su ayuda, siempre se puso atrás de todos. También habló del supuesto asesino, alguien totalmente egocéntrico que nunca tuvo tiempo de pensar en los demás y que nunca pudo dar nada por alguien que lo necesitase, una persona que seguramente era todo lo contrario de lo que Jesús era. Terminó esta frase señalando el ataúd, sus lágrimas mancharon su camisa y la flor que su madre llevaba en la mano fue el último adiós que nuestro héroe recibió
Lo que dijo el portero es verdad, Jesús siempre estuvo cuando lo necesitaban, los demás estuvieron, siempre, antes que el, como todo buen héroe
Y es verdad lo que el portero dijo, lo mató una persona que solo podía pensar en si misma, pero esa persona todos la tenemos dentro. Jesús la tenía adentro y no la supo escuchar, escuchó los ruegos de los pobres, el llanto de los hambrientos, como todo buen héroe, pero nunca se escuchó a si mismo. Los demás pasaron a ser mas importante que él. A medida que los años fueron pasando, esta tendencia de engrandecer a los otros y menospreciar a su yo, lo hundió sin que él se diera cuenta en la insignificancia. El poema le gritó en el oído todo lo que el ignoró durante tantos años, pero se lo gritó tan fuerte que no encontró otra manera de acallarlo que matándose.
Así muere un héroe que siempre escucho a los demás pero que nunca se escucho a él mismo.

lunes, 26 de noviembre de 2007

El pasado olvidado




"La calle está cortada, el colectivo va a agarrar Ecuador hasta Santa Fe". De ésta manera el colectivero avisaba, marcando cierta distancia de los pasajeros, que no iba poder tomar el recorrido habitual. Pero, toda la distancia que, con las palabras, el chofer se alejó de los pasajeros, no sirvió para tranquilizar a un grupo ancianos que viajaban en el 106. Al terminar la frase tres de ellos fueron a preguntar dónde les convenía bajar, uno fue a que el colectivero lo escuchara insultar y otro a enterarse porqué estaba cortada la calle.

El día estaba gris, no llovía pero nadie podría asegurar que esto iba a mantenerse durante las próximas horas. Era uno de esos días donde lo ideal es estar solo tomando un mate amargo y mirando por la ventana al viento jugar con las ramas de los árboles. Sin embargo Oscar estaba rodeado de cinco personas que no paraban de hablarle, ninguno se escuchaba ya que todos buscaban ser oídos, y quien mejor para eso que el propio colectivero. Pensó en lo mucho que deseaba prenderse un rubio, ponérselo en la boca y mandar a la mierda a todos los viejos. Pero juntó su paciencia, en realidad escondió su bronca, y, justo cuando iba a pedir que se calmasen, la sirena de una ambulancia y, segundos después los bocinazos de los autos se sumaron al paisaje de Oscar.

Apagó el motor del colectivo, guardó las llaves en el bolsillo, se bajó a la calle y comenzó a correr todo derecho por la calle Paraguay. Pasó por un hospital, una iglesia y por la facultad de medicina; llegó a una plaza que queda a una cuadra de la avenida mas ancha del mundo, se sentó en uno de sus bancos, sacó una moneda que tenía escondida en su billetera, la miró un buen rato y se puso a llorar.

Para entonces las esquinas de Paraguay y Ecuador, y sus alrededores, rebalsaban de personas furiosas insultando y tocando la bocina de sus coches. Luego vendrían los medios de comunicación para averiguar ¿qué pasó?, ¿porqué? y ¿quién lo hizo? Y por último, antes de que la calle vuelva a ser lo que era cuando no estaba el colectivo de Oscar taponando el fluir de lo autos, alguien de la linea 106 vendrá con una llave de repuesto y sacará al colectivo.

Pero todo este infierno que se estaba viviendo en el barrio de Almagro no era más que un pequeño problema comparado con lo que Oscar estaba viviendo. Recordó aquel momento en que a los 18 años vió a su padre tirar la moneda, la misma que el tenía en sus manos, "cara, Dino se va para Sudamérica" eso fue lo que dijo su padre cuando pudo ver la posición en que la moeneda había quedado, luego su padre y su madre se abrazaron y lloraron.

Es que la guerra son esto pequeños momentos donde cada persona se transforma en soldado, no hace falta estar en la trinchera, ni estar al mando de algún general, tan solo basta que se declare la guerra en un lugar para que todos sus habitantes sean soldados. Tendrán que decidir sobre sus vidas, las de sus familiares como si estuvieran combatiendo en la frontera. Cada casa se vuelve un campo de batalla, cada familia un ejército y cada desición, hasta la más insignificante, es una desición de vida o muerte. Las casas acogen historias terribles, cada vida que se va, no es como si se sacará un número a tres mil millones, es mucho mas que eso, es una historia enorme que se asesina. Si todos los hombres comprendieran lo hermoso que es la vida y lo mucho que se pierde cuando se va una, la guerra solo podría ser un cuento de ficción. La moneda cayó y decidió que Oscar se salvaría, los demas solo quedaba encomendarse en manos del hombre, quien va a decidir el tiempo en que los crimenes van a ser legales.

Oscar no podía odiar a aquella moneda, fue ella quien le salvó la vida; pero tampoco podía amarla porque fue ella también , la que lo separó de su padre, su madre y su hermana. Prefirió odiar a la guerra de Sarajevo, ella fue la verdadera culpable de todas las tragedias que le pasó a él y a su familia.

Secó sus lágrimas con un pañuelo, se levantó del banco y se dirigió con paso firme hasta su casa. En el camino guardó la moneda en su bolsillo derecho. Una vez en su casa mientras comía las galletas, que había comprado en el supermercado chino que quedaba a la vuelta de su casa. y tomaba un mate amargo comenzó a organizar su viaje a Sarajevo. Iba a buscar un cuadro que su padre había pintado, un retrato de su familia en el jardín de su casa, días antes de que la guerra comenzará a llevarse vidas. Amaba el recuerdo que tenía de ese cuadro porque en él, su padre mostró uno de los últimos momentos felices que vivió la familia en el mismo jardín en que dos años después un misil se llevó la vida de todos ellos, menos de él.

Se despertó transpirado, se secó la cara con una servilleta que le había quedado de la cena y miró por la ventanilla del avión y se tranquilizó de saber que todo fue una pesadilla. El inconsciente le hizo creer que que él había muerto en la guerra y que todo lo que recordaba de su vida en Buenos Aires no había existido nunca, en realidad estaba viendo la vida de otra persona desde su muerte. En dos horas iba a estar pisando el mismo aeropuerto en el que dos años atrás lo separó de su familia, el último lugar donde los vió.

Caminando por la plaza en la que él, su hermana y sus amigos solían jugar de chicos, se preguntó ¿como sería ver caer bombas, personas muertas por las calles o aviones militares disparando desde el cielo? "el hombre se acostumbra a todo, al hombre lo acostumbran a todo" terminó diciendo y agarró las calles hacia su antigua casa. En el camino iba mirando a las personas que se cruzaba para ver si alguna de ellas le resultaba familiar, si podría encontrar algún conocido que le pudiera dar alguna información sobre dónde podría estar el cuadro. Sin embargo no se encontró con nadie, como si después de la guerra, Sarajevo y toda su historia hayan desaparecido. Pareciere como si la guerra cumplió su objetivo de hacer desaparecer tanta vida para poner la vida que aquellos que arman la guerra quieren. Como si las personas que se matan fueran simples objetos, sin vida, sin historia.

Se quedó parado frente a su casa más de una hora hasta que salió de la casa de al lado el vecino de su infancia, aquel que le había enviado una carta, en plena guerra, para informarle la triste noticia de que toda su familia había sido asesinada. En sus manos tenía el tan preciado cuadro, que dentro de dos días iba a estar colgado en su casa de Buenos Aires. "Sabía que ibas a venir algún día, la guerra es el peor de todos los males de la humanidad y es lógico que uno busque olvidarla, pero no hay guerra que pueda hacernos olvidar nuestra propia historia" dijo con el cuadro todavía en la mano.

Los dos se abrazaron un largo rato en la puerta de la casa y mientras lo hacían, Oscar pensaba en todas las cosas que habrá vivido su vecino al quedarse en Sarajevo y como, sin embargo pudo cuidar del cuadro. Pudo darse cuenta del valor que tenía para él.

El abrazo terminó y ambos entraron a la casa donde sbrevivió a la guerra su vecino, se sentaron en la mesa y comenzaron a charlar. Como Oscar estaba muy callado, su vecino fué quién comenzó relatando alguno de los lamentables hechos que vivió durante la guerra. Su esposa se había suicidado hace varios años mientras se libraba la batalla por un pedazo de tierra "lo que paso fue que vinieron cinco tipos y, mientras uno me apuntaba en la cien con un revolver, los demas se la violaban. Ella no pudo acostumbrarse a tanta maldad y se suicidó. Yo vivo como puedo, casi por costumbre. He visto cosas en estas tierras que ni el mismo Satanás podría ver"

Los dos días en Sarajevo le permitieron a Oscar visitar su casa de la infancia, conversar un buen rato con su vecino y recorrer lo que alguna vez fue su barrio, aunque sea solo por la posición geográfica. A diferencia de su vecino, Oscar tenía dos razones por las que vivir.

Llegó a su casa de Buenos Aires colgó el cuadro en la pared del comedor y le dijo a su hijo “Mirá hijo, este es papá” ante la mirada cómplice de su esposa.